lunes, 23 de septiembre de 2013

La realidad de mi calle: Su pan de cada día, nuestro martirio de cada día.

¿Oficio o vocación?

Camino por las calles, pero me siguen otros pasos, pasos impregnarnos de oscuridad, pasos mal intencionados que retumban tras de mí, cada segundo con más fuerza. Me siguen otras pisadas negras, quieren arrebatarme algo, pero no sé que. Vienen de la calle mala y la pobreza, a profanar mi día, mi tranquilidad, a despojarme de todo menos de esa sensación de inseguridad. Lo sé…me persigue una sombra. Nos persigue una sombra.

Ladrones de la calle torcida, de los barrios bajos, hijos de la corrupción, la trampa y el juego sucio, el juego que juega con las vidas como naipes, las arroja y las usa a su conveniencia, les saca el provecho y finalmente las descartan.

Hay malandros, policías volteados, una calle oscura y sin faros que nos guíen, calles vacías y sin nadie que nos cuide. Salimos de esa puerta y ya estamos en peligro y siempre es una suerte volver al final, regresar vivos.

Las calles tienen esquinas empapadas de sangre, callejones sin salida, bandas circulando en finas motocicletas, buscando victimas, ganándose o arrebatándonos el pan de cada día.

La delincuencia es un olor pútrido que se ligó con el aire y quedó tan concentrada aquella fusión, que se vuelve tristemente una cotidianidad que ya a nadie sorprende. Es normal escuchar entre cotilleos, que cada uno siempre tiene una historia que contar sobre aquella vez que su vida estuvo en riesgo, nunca hay silencio cuando se toca ese tema, siempre hay una experiencia compartida, se fundió en el aire y también se licuó en nuestras pláticas del día a día.

A todos siempre les falta algo, les falta dinero, pan, cerveza o droga y nunca hay otra opción, les falta lo malo, lo desviado, hasta el punto de necesitar lo malo y vivir para matar y matar para sobrevivir.

Camino y camino con prisa, porque aunque sea en plena luz no siento el suelo firme, siento que tiembla bajo mis pies y que esos pasos negros se avecinan en búsqueda de su presa, de su blanco fácil, su carne fresca.

Ahí andan y seguirán andando, escurriéndose  como plaga e inyectando muertes, atracos, vandalismo. Por ahí andan con la pinta, la cara fea y pistola en mano.

La injusticia siempre retornara como retorna cada noche, para oscurecer el camino, para desviarlo hacia el vertedero más cercano. Y la justicia ha sido violada por las manos duras de la corrupción, por la morbosa arbitrariedad, ella murió y pereció sin dignidad, la ignoraron y dejaron que su putrefacto cuerpo se descompusiera de la forma más cínica.

¡Cuantas pistolas se han posado en mi cabeza, cuanto miedo, cuanta indecencia!
Todas esas vidas a las que se les arrancaron un futuro,
El trabajo sucio, las manos manchadas, el dinero enlodado y el beneficio a costa de una sociedad desprotegida, indefensa y descuidada, siempre expuesta de la forma más indigna.

Bandas grandes y de oficio, ya encontraron su vocación, ganarse el premio de otro, quitarle el respiro… y seguir en eso, en su barrio sucio, con su cara e’ tabla y lavándose las manos con la hostilidad y el descaro con la que el pueblo se baña a su causa.

Así nos quedamos, como manchas sin seguro, perdiendo lo que es nuestro, lo que fue nuestro. El crimen es una sabana que nos acobija por las noches, por el día, por el camino que nos destierra de un mejor destino y deja a todos sin la vida por delante y con una bala atravesada.

¡BUM!
Todo termina una vez más…
Y ellos vuelven otra vez a quedarse con todo
Con nuestras cosas, nuestra seguridad, bañándose en oro con nuestra libertad.

Aquí estoy y en lugar de mirar hacia delante siempre miró hacia atrás, escudriño cada lado con miedo, esperando sin esperanza la llegada de las pisadas, de ese momento inevitable en el que las huellas negras pisen las mías y esa sombra finalmente ocupe mi lugar.



 Nuestros lugares….

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