Aún recuerdo aquel día, por más lejos que este, lo siento
cerca de mí, unos días más que otros, pero todavía puedo detallar ciertos
fragmentos inolvidables. Consigo evocar con éxito todas las sensaciones que me
visitación y la felicidad que se sentía tan única, tan eterna.
Reviso entre mis memorias y llega a mí la remembranza tan
nítida de un amanecer, uno que traía treguas y luces consigo, nunca aprecie
tanto el valor de la vida como en ese día, nunca un día tan corriente lo
conseguí transformar en una reminiscencia tan perpetua y especial. Por primera
ves hice las paces conmigo misma, por un solo día decidí aceptarme tal y como
soy sin exigirme nada, ni perfecciones, bellezas o talentos, sólo era yo y así
estaba bien, todo convivía en una armonía indestructible, el futuro no era una
sombra de miedos, era una luz de esperanza, el pasado no era un fantasma
perseguidor, era una pila de rememoraciones alegres y aprendizajes, y el
presente no era el peso de despertar, sufrir y seguir, el presente era sencillamente
el privilegio de vivir.
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